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2 de diciembre de 2013

Un año después

René Delgado Ballesteros.
En la columna Sobreaviso que se publica en diversos medios nacionales, pero principalmente en el Diario Reforma, se hace un diagnóstico del primer año de la administración de Enrique Peña Nieto: “No sin tensión entre las dirigencias de los partidos y sus respectivos grupos parlamentarios, derivada de los acuerdos cupulares en el Pacto, la política parecía recuperar espacio. Un tufo de autoritarismo despedía y despide la práctica de acordar arriba e imponer abajo, la prevalencia de la cúpula sobre la base, del acuerdo en corto sin consulta ni debate en largo, pero -esto se olvida- el inmovilismo y el desencuentro político caracterizaban el panorama”. El autor de la columna es René Delgado Ballesteros a quien publican en otros medios, como El Siglo de Torreón.

Un año después, la osadía y la determinación mostradas al inicio del sexenio se ven tentadas por la desesperación y el desconcierto en el ejercicio de gobierno.
La reforma de la educación no aterriza. La reforma de las telecomunicaciones no se reglamenta. La reforma hacendaria afronta la adversidad económica. Y el haber aceptado atar la reforma político-electoral a la energética amenaza con producir una legislación hecha sobre las rodillas y otra sin asegurar lo que pretende. Ambas sin destino cierto.
A esa circunstancia se suman otras cuestiones: la acción de gobierno no se manifiesta y sí, en cambio, la corrupción política y la actividad delincuencial -crímenes ambos contra la sociedad- atentan contra la esperanza, mientras la economía frena el crecimiento.
Un año después, el gobierno debe serenarse, calcular qué puede y qué no puede, evaluar a los integrantes de su gabinete, reformular alianzas y abandonar la idea de sacar las reformas faltantes a como dé lugar, sin concluir ni concretar las emprendidas.
***
El mérito mayor al arranque del sexenio fue recuperar para el gobierno la iniciativa política.
El conjunto de los partidos marchó al ritmo y en la dirección marcada por el gobierno a partir de la suscripción del Pacto por México. Gobierno y partidos tuvieron la capacidad de anteponer coincidencias sobre diferencias y, algo más difícil, hacer fortaleza de la debilidad. En el fondo, el Pacto era una cuestión de sobrevivencia de la élite política frente al abrazo de los poderes fácticos que la asfixiaban. Reponía, además, el pragmatismo tricolor que, aún a su pesar, decidió aplicar ajustes a la política económica neoliberal para atemperar el malestar social.
No sin tensión entre las dirigencias de los partidos y sus respectivos grupos parlamentarios, derivada de los acuerdos cupulares en el Pacto, la política parecía recuperar espacio. Un tufo de autoritarismo despedía y despide la práctica de acordar arriba e imponer abajo, la prevalencia de la cúpula sobre la base, del acuerdo en corto sin consulta ni debate en largo, pero -esto se olvida- el inmovilismo y el desencuentro político caracterizaban el panorama.
Sin desconocer esos bemoles hubo avances que no acaban de concretarse en logros. A nivel constitucional y reglamentario se concluyó la reforma educativa, pero su implementación se echa de menos. A nivel constitucional se concluyó la reforma de las telecomunicaciones pero, aun teniendo plazo perentorio para elaborarla (9 de diciembre), se arrumbó su reglamentación, dejando sentir que los grandes concesionarios amilanaron la decisión inicial de regularlos. Sin el apoyo de la derecha panista pero con el respaldo de la izquierda perredista salió adelante la reforma hacendaria que, ahora, desafía la desaceleración económica.
Hoy, sin embargo, el gobierno y el panismo se muestran decididos a sacrificar el Pacto en aras de aprobar una reforma político-electoral que, si bien acierta en algunos temas, acumula errores que, lejos de mejorar, empeoran el régimen electoral. El motor del despropósito es evitar que se atore la reforma energética que, desde su origen, estuvo mal planteada.
***
Enrique Peña Nieto.
En el tramo recorrido hasta ahora, el gobierno incurrió en dos errores que urge corregir.
Uno, no supo calibrar debidamente la reacción panista ante las trapacerías registradas durante las elecciones estatales y se dejó torcer el brazo: aceptó sacar adelante una iniciativa político-electoral que, inteligentemente, la dirigencia albiazul ató a la reforma energética. Una reforma cuyo proyecto, a diferencia de las otras reformas, no fue elaborado a partir del consenso y el acuerdo en el Pacto. Curioso detalle. Dos, el gobierno precipitó innecesariamente el debate de la reforma energética cuando todavía ni contaba con la iniciativa, equivocó la campaña propagandística diseñada para hacerla digerible, eludió y elude hablar de la corrupción prevaleciente al interior de Petróleos Mexicanos, y presentó el proyecto de reforma constitucional sin dejar ver los reglamentos que regularán la apertura. Ambos errores se cometieron en mayo y junio, desde entonces se dejaron correr y crecer.
En paralelo, el gobierno resbaló en cuatro asuntos. Uno, el único programa que echó a andar -la Cruzada contra el Hambre- arrancó mal y, pese a los esfuerzos, no acaba de acreditarse ni entusiasmar. Dos, por razones aún hoy insuficientemente explicadas, se frenó el gasto público provocando la desaceleración de la economía, mil y un versiones corren sobre el motivo y ninguna de ellas deja bien parado al gobierno. Tres, con el propósito de enviar la señal de un cambio en el combate al crimen, creció de más las expectativas y calculó mal el tiempo requerido para emprender la rectificación y, hoy, la situación en Michoacán (más tarde será algún otro estado o plaza) lo exhibe como ineficaz, por decirlo con elegancia. Cuatro, menospreció el hartazgo frente a la corrupción política que, día con día, derrumba la esperanza de advertir honestidad y austeridad en la representación popular y la función pública.
Y, desde luego, el poder de la naturaleza exhibió la naturaleza del poder. Pese a la promesa de no dejar impunes a quienes sembraron las semillas de la tragedia, hoy, como siempre, la naturaleza es la culpable. Por ella brinda, jubiloso, el gobernador Ángel Aguirre Rivero. Sírvanme otra, de una buena vez.
***
Un año después, el gobierno debe serenarse si quiere cumplir, bien, seis.
Reconocer y corregir errores. Llevar la reforma político-electoral al próximo periodo ordinario de sesiones y retirar la reforma energética hasta sanear Pemex. Convertir la administración en gobierno, evaluar al equipo determinando quién debe permanecer y prepararse para la prueba de ácido de la elección intermedia. Controlar y ejercer el gasto, al tiempo de combatir decididamente el robo, el chantaje y el despilfarro. Afinar la política de seguridad en combinación con la social para reponer la credibilidad en el Estado como garante de la vida, la integridad y la seguridad de las personas.
sobreaviso12@gmail.com

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