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27 de agosto de 2013

El crimen organizado chilango se pone loco

En la columna Doble Fondo que se publica en los medios impresos de Grupo Milenio el reportero Juan Pablo Becerra Acosta habla de la seguridad en general que existe en el  Distrito Federal por donde los ciudadanos se pueden desplazar con tranquilidad, excepto cuando las marchas y los plantones coartan los derechos de los defeños y cuando se ponen locos quienes forman parte del crimen organizado chilango que según la Jefatura de Gobierno no existe, el artículo fue publicado el pasado 26 de agosto en Milenio Diario Laguna.

Enlace: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9189811

En la Ciudad de México hoy se puede caminar y transitar por las calles hasta tarde sin grandes temores. Hay delitos, pero la seguridad es aceptable: adonde voltee uno en la noche no pasarán más que unos segundos o minutos para que surja la policía en una o dos patrullas. En general se siente uno seguro, tranquilo, cobijado por la presencia policial que disuade la comisión de crímenes.
Con sus cientos y cientos de museos, galerías, teatros, cines, conciertos, restaurantes, bares, antros, parques, y rincones, es muy disfrutable el Distrito Federal. A pesar del caos vehicular cotidiano que provocan las marchas, del todavía insuficiente transporte público, de la carencia de agua permanente en muchas colonias, y de ciertos rasgos de racismo que hay que extinguir, Chilangolandia es una agradable aventura cada día: un caleidoscopio de hábitos y culturas que en su mayoría son liberales y progresistas.
Ahora bien, en esta ciudad sí hay presencia del crimen organizado. Bien haría Miguel Ángel Mancera en dejar de subestimar este problema (o de matizarlo), como hicieron sus antecesores, porque así no lo va a enfrentar con eficacia. Es un asunto de mercado: aquí los narcotraficantes tienen, durante el año, al menos de jueves a sábado de cada semana, cientos de miles de potenciales clientes que quieren consumir mariguana, cocaína y tachas, entre otras sustancias. Negarlo no solo es carencia de sentido común, sino una reverenda estulticia.
En el sexenio pasado, Marcelo Ebrard empezó detectando dos mil puntos de venta de droga y terminó con un censo de diez mil. El pasado 7 de agosto mi compañera reportera Leticia Fernández publicó cifras espeluznantes de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina: hay narcomenudeo… ¡en una de cada dos colonias del Distrito Federal! En mil 84 de dos mil 150 colonias, 50.4% del total. Hay narcomenudistas que efectivamente operan solos, que tienen sus clientelas restringidas, pero hay otros que forman parte de lo que las autoridades locales llaman eufemísticamente bandas.
Esas bandas, como las involucradas en el caso Heaven —La Unión Tepito y La Unión Insurgentes—, ¿de dónde cree el señor jefe de Gobierno que obtienen sus numerosas drogas? ¿Reciben las grapas de coca vía DHL y tienen como remitente a un campesino colombiano? No, son abastecidos por cárteles de la droga y operan contablemente como tentáculos de éstos. Aquí los narcos tienen sus nombres propios (“su propia carta de naturalización”, como dijo Manuel Mondragón el 11 de julio), y no se identifican como el brazo chilango de Los templarios (o del cártel que sea) porque aquí, a diferencia de Acapulco, no son estólidos y no calientan su propia plaza hasta canibalizar y extinguir ellos mismos su mercado.
Salvo… cuando cometen la monstruosidad de ponerse locos y andan regando cabezas y ejecutados como ya ha ocurrido, o de provocar casos atroces como el del Heaven, cuyas víctimas tienen huellas de haber sido “martirizadas” y luego sepultadas en una fosa clandestina cubierta con cemento, asbesto y cal, según los primeros exámenes forenses. Con el sello de la casa (narca), pues.
Cuidado, porque cada vez que se retoma el debate de si hay o no crimen organizado aquí, se debe a un caso más espeluznante. Cuidado con seguir dejando que se pongan locos los narcos chilangos por andar en negación…

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