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13 de agosto de 2013

Ocho meses con Peña Nieto

José Luís Reyna
¿Han sido buenos o han sido malos para el país los ocho años en el gobierno de Enrique Peña Nieto? Es la pregunta que se hace José Luis Reyna, colaborador de la sección  Acentos en los medios impresos de Grupo Milenio y que por lo mismo también lo publican en Milenio Diario Laguna.

Después de un ayuno presidencial que se prolongó por 12 años, el PRI regresó al lugar de donde lo echaron: Los Pinos. Como sea, Peña Nieto resultó el triunfador de la elección presidencial del año pasado. Tomó posesión del cargo con un discurso que sorprendió a muchos: bien estructurado y con propuestas. Se comprometió, entre otras cosas, a impulsar una reforma educativa para elevar la calidad de la educación, a instrumentar una reforma a la Ley de Telecomunicaciones, que aparentemente abrirá las puertas a la competencia y, muy importante, acotará los poderes fácticos. Al día siguiente sorprendió una vez más: anunció el establecimiento de un Pacto por México, integrado con los partidos de la oposición. Una muestra de la capacidad negociadora del PRI (todo lo que es negociable no le es ajeno) para intentar lograr acuerdos fundamentales para el desarrollo del país. Logró instaurar, sin saber por cuanto tiempo, ese acuerdo que para sus opositores era (y es) un salvavidas, pues ambos, PAN y PRD, estaban al borde del naufragio después de los fracasos electorales que experimentaron.
Enrique Peña Nieto
Ha habido fricciones en el interior del Pacto. Un resultado esperable cuando se juntan polos opuestos. Sin embargo, el PAN y el PRD saben que ese acuerdo ofrecido por el PRI es un balón de oxígeno para superar sus propias adversidades; uno y otro experimentan procesos de fragmentación que el PRI está sabiendo capitalizar para su propio beneficio. De la división de sus opositores se consigue el fortalecimiento de la administración presidencial actual y su partido.
Ocho meses después, la administración presidencial de Peña Nieto, con todo y Pacto, enfrenta problemas de no fácil resolución. La violencia no cede, la inseguridad sigue de la mano con ella, la pobreza luce imbatible y la economía no da muestras de que las cosas mejorarán en poco tiempo. Es más, las estimaciones de diversos indicadores (crecimiento del PIB, por ejemplo) van a la baja. La economía tiende a estancarse.
De acuerdo con algunas encuestas, la aprobación del Presidente ha disminuido (GEA-ISA): un decremento de 10 puntos porcentuales en un semestre. Una interpretación al respecto insinuaría que las expectativas que generó hace ocho meses empiezan a alejarse de la posibilidad de concretarse. En pocos meses se pasó de un alto grado de aprobación a otro en que las dudas empiezan a surgir en cuanto al desempeño presidencial.
La economía muestra síntomas de desaceleración pese a que Estados Unidos está creciendo por arriba de lo esperado y reduciendo su tasa de desempleo. Las inversiones de capital foráneo han caído, el turismo no se encuentra en su mejor momento, Pemex anuncia perdidas millonarias y la violencia sigue como si nada. Merodeando por muchas partes del país, en especial Michoacán, que es una zona fallida, las autoridades en esa entidad son material de ornato y la delincuencia es el verdadero poder, que no la autoridad. Es esperable que este “modelo” de poder no se expanda por otras regiones de la nación. Guerrero y Morelos son dos entidades que se enfilan a esa zona fallida de gobernabilidad.
El país está en una encrucijada. La violencia atiza por un lado y el crecimiento económico se posterga por el otro. El procurador general de la República fue claro en que resolver esta tensión no es cuestión de un sexenio; requerirá más tiempo. Pero para que así lo sea tiene que haber iniciativas más contundentes que, de manera coordinada entre los diferentes niveles de autoridad, saquen a este país de la problemática en que se encuentra. Hay veces que resulta difícil entender el pasmo de la autoridad cuando los habitantes de una zona (Michoacán, por la voz del doctor Mireles) están indicando donde están los delincuentes y la autoridad, federal o estatal, no escucha la indicación.
Si Peña Nieto quiere en verdad instrumentar su proyecto de gobierno, tal como lo anunció el 1 de diciembre pasado, tendrá que recurrir a tácticas más contundentes para que el país no se asfixie. Por el momento, y después de ocho meses de gestión, no ha habido pasos significativos para resolver los problemas. Se cambió la estrategia de comunicar pero la misma no es un mecanismo resolutivo de los conflictos. El tiempo apremia. Han pasado ochos meses de los72 que dispone Peña Nieto y los resultados efectivos no son convincentes. Es de esperar que la administración presidencial no se enconche en el caparazón del viejo PRI en donde, así lo dice su historia, todo está bajo control. Los primeros ochos meses de Peña no han concretado un resultado esperanzador ni cumplido a cabalidad las promesas de campaña.

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