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11 de octubre de 2013

Impuesto a refrescos

Rodolfo Echeverría Ruiz.
Colaborador entre otros medios de El Siglo de Torreón y El Universal, en su más reciente texto Rodolfo Echeverría Ruiz se refiere a la ofensiva de las refresqueras trasnacionales encabezada por Coca Cola, para tratar de evitar que se aplique un impuesto por el alto contenido de azúcar de esas dañinas bebidas. El autor se pregunta si podrá más el dinero de las trasnacionales que el interés de preservar la salud de los mexicanos en el ánimo de los legisladores que están en vísperas de concretar la reforma fiscal.

¿Doblará las manos el gobierno? ¿Capitulará? ¿Dará marcha atrás en lo relativo al próximo impuesto destinado a gravar las bebidas endulzadas de manera industrial?  
Los fabricantes de refrescos azucarados han recurrido y recurren, mediante retadores desplantes, a toda una gama de argumentos falsos a propósito de su  tentativa encaminada a vencer al poder público, humillarlo y constreñir a sus titulares a rectificar en una idea fundamental relativa a la salud de los mexicanos.
Monsi en Milenio Diario Laguna.
Las compañías refresqueras nacionales y extranjeras defienden lo indefendible a través de una intimidatoria campaña publicitaria omnipresente en los medios de comunicación.
Argumentan –si a esa retahíla de mentiras deliberadas pudiera llamársele argumentación-- que las aguas artificialmente edulcoradas son “indispensables para la vida” (sic), porque los refrescos “hidratan y aportan energía” (sic). Por lo tanto, su consumo produce “bienestar y sustentabilidad” (sic), dentro de un marco de “responsabilidad social” (sic), atribuible a las multimillonarias compañías fabricantes de todo género de chatarras líquidas  hiperazucaradas. ¿Alguien, dotado de información mínima en la materia, sería tan ingenuo de creerles?   
Esa campaña, puramente mercantil, desprecia y contradice las recomendaciones y las propuestas, las reflexiones y las fundadas denuncias esparcidas por innumerables, rigurosos trabajos profesionales elaborados por médicos especialistas, investigadores y científicos, historiadores de la medicina y expertos nutriólogos, endocrinólogos y sociólogos agrupados en instituciones tan respetadas como la UNAM, la Secretaría de Salud, el Instituto Politécnico Nacional,  la Academia Nacional de Medicina, el Instituto Nacional de Salud Pública, la Academia Mexicana de Pediatría, la Academia Mexicana de Cirugía, el Instituto Nacional del Consumidor… 
Los recursos fiscales destinados a la atención de los millones de mexicanos enfermos de obesidad y de diabetes han llegado a su límite y, muy pronto, el presupuesto será insuficiente para atender a esa población. El consumo de refrescos azucarados registra una tendencia ascendente, para desgracia de la salud de los mexicanos. 
Su ingestión se ha incrementado en más del doble durante los últimos años. De modo principal eso es evidente en el caso de los niños y en el de los adolescentes. Y  en el relativo a los adultos se ha triplicado. Ante esa trágica realidad, las empresas productoras de esas chatarras liquidas se atacan de risa sarcástica y se frotan las codiciosas manos… 
Estamos ante una de las más destructivas calamidades nacionales en materia de salud. En la población más joven, el consumo diario pasó de 100 a 225 kilocalorías durante los últimos cinco años. Y, en lo referente a los mexicanos de edades mayores, pasó de 81 a 250. Tan aterradores datos nos hicieron y nos han hecho titulares del vergonzoso primer lugar en el mundo en materia de sobrepeso y  de obesidad. 
La Comisión Federal para la Protección de Riesgos Sanitarios (COFEPRIS) no ha sido capaz de meter en cintura a las empresas productoras, distribuidoras y vendedoras de esas tóxicas aguas negras. Analícese la costosísima y mendaz publicidad que hacen a los refrescos embotellados y se advertirá con cuánta desfachatez faltan a la verdad al lanzarse las empresas a difundir su apología del consumo masivo de esos venenos azucarados.   
Víctimas de tales engaños, los desprevenidos consumidores suelen asociar la deglución de refrescos  de cola con un fingido culto al medio ambiente y al deporte, a las montañas y a los lagos, a los ríos y a los mares… ¡Ofende a la inteligencia humana el impudor con el que pretenden las empresas defender el supuesto carácter inocuo de la venta y el consumo de tan nocivos líquidos! 
Lo grave no es el ofensivo cinismo empresarial sino la ineptitud -iba a escribir complicidad- de unas autoridades situadas al margen del problema cuyo impacto demoledor causa todos los días estragos inmensos en la salud de nuestra población. ¿Dónde está la PROFECO? 
Los legisladores y las autoridades hacendarias deberán actuar de manera coordinada hasta conseguirlo: el impuesto al consumo de refrescos será, sin duda, una benéfica decisión protectora de los intereses de la sociedad. Aplicados con acierto, los dineros recaudados se destinarán para atender sin dilaciones a la creciente población obesa y diabética.
El poder público no debe capitular --ni un milímetro siquiera--  en todo lo concerniente al impulso, aprobación y entrada en vigor de ese impuesto esencial, encaminado al mejoramiento de la salud de los mexicanos. La salud no se negocia.   

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