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11 de octubre de 2013

Los 'dientes' son para morder

Hace unos días el periódico Vanguardia de Saltillo publicó el presente editorial en el que comenta que si bien el congreso local dotó de 'dientes' a la Auditoría Superior del Estado para que esté en condiciones de cumplir con sus funciones, la entidad a cargo de Armando Plata Sandoval tiene más bien como su especialidad la pirotecnia verbal y rara vez cumple con su obligación de fiscalizar el buen uso de los recursos públicos.

El Poder Legislativo de Coahuila dotó ayer a la Auditoría Superior del Estado de nuevas facultades a fin de que, además de vigilar el ejercicio del gasto público en la entidad, pueda sancionar a los funcionarios que incumplan con sus responsabilidades, a juicio de la propia institución.
En teoría, las nuevas facultades con las cuales ha sido dotado el órgano fiscalizador servirán para que el ejercicio de rendición de cuentas -y la posibilidad de sanciones- ayuden a mejorar la eficiencia y honestidad con las cuales se gastan los recursos colectivos.
Resulta imprescindible subrayar el término “en teoría”, porque la experiencia no ofrece elementos para suponer -sin expresar serias dudas al respecto- que realmente esa será la traducción que en la realidad tendrá el hecho de haber otorgado “dientes” a la ASE.
En efecto, la experiencia reciente indica que la especialidad del organismo encabezado por Armando Plata Sandoval es más bien la “pirotecnia verbal” y muy poco más.
Porque cada año la ASE publica “escandalosos” informes del ejercicio del gasto público en Coahuila, realiza miles de observaciones y afirma que cientos de millones de pesos fueron ejercidos en contravención a las normas que rigen la función pública, pero al final nada pasa.
Desde la perspectiva de la Auditoría Superior, prácticamente nadie hace un trabajo medianamente decente a la hora de ejercer el gasto público y todo mundo se dedica a ignorar escandalosamente los lineamientos que en la materia se han emitido.
También son legión quienes incumplen con sus obligaciones elementales y omiten incluso entregar los informes a cuya emisión están obligados, o los entregan fuera de tiempo.
Nada de eso, sin embargo, se ha traducido en acciones relevantes para sancionar, inhabilitar e incluso llevar a la cárcel a individuos que, lejos de ser castigados por sus excesos y omisiones, siguen ocupando lugares de privilegio en la estructura burocrática.
¿Por qué? La respuesta parece seguir siendo la misma desde que se inventaron los órganos de control en el sector público: porque la fiscalización de los recursos gubernamentales no es una herramienta al servicio de los ciudadanos sino uno más de los mecanismos para garantizar lealtad política.
Desde esta perspectiva, la rendición de cuentas sólo debe constituir una preocupación para quienes no son “disciplinados”, para los disidentes, para quienes “no se alinean”.
Nada -o muy poco- hay en la conducta de la Auditoría Superior del Estado que se aleje de este paradigma. Por eso mismo, nada hay en esta apuesta por “dotarla de dientes” que nos convoque a ver con optimismo el futuro, es decir, a considerar la posibilidad de que la rendición de cuentas se convierta efectivamente en un instrumento al servicio de la sociedad.

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