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5 de septiembre de 2013

Contrario a la epistola de San Pablo, en este caso el precio del pecado fue la vida

Armando Fuente
Aguirre - Catón.
Como sección de la columna De Política y Cosas Peores que firma con su seudónimo de Armando Camorra, el Cronista de Saltillo Armando Fuentes Aguirre publica su Plaza de Almas en donde relata historias de personas comunes, sin ánimo moralizador sino con intención anecdótica y nostálgica. El texto que se reproduce a continuación apareció publicado en la edición del martes 3 de septiembre del periódico El Siglo de Torreón, uno de los numerosos medios impresos en los que colabora el periodista, escritor y conferenciante.

Enlace:  http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/909296.de-politica-y-cosas-peores.html

"La paga del pecado es la muerte". Así dice San Pablo en su epístola a los Romanos (6:23). Lejos de mí la temeraria idea de contrariar esa sombría declaración, pero conozco un caso en que la paga del pecado fue la vida. No quiero parecer heterodoxo. Además ese apóstol lleva espada. Por eso me limitaré a narrar la historia tal como sucedió, sin añadirle ni quitarle nada.
Comienzo por decir que en aquellos tiempos no había moteles de paso en la ciudad. Beneméritos establecimientos son ésos. Evitan que las personas anden haciendo desfiguros en los lugares públicos, con lo que hacen una loable aportación a la moralidad. Deberían tales moteles disfrutar de una exención de impuestos, sobre todo si tienen jacuzzi. Como no los había en la ciudad las parejas indocumentadas sufrían toda suerte de penalidades para llevar a cabo sus encuentros, y los cumplían en medio de incomodidades que me resisto a describir aquí.
Cierta señora, sin embargo, encontró el modo de eludir dichas molestias. Casada, estaba en tratos de fornicio con un señor que no era el suyo, casado también. Esa señora tenía una amiga, antigua compañera de colegio, que vivía en una casita muy mona situada en las afueras de la ciudad, sin cercanía de vecinos. La tal amiga también era casada, pero su esposo estaba fuera todo el día, trabajando. Aunque tenían ya más de 15 años de casados no habían sido bendecidos por Dios con el precioso regalo de los hijos, de modo que la señora se hallaba sola siempre.
Leía mucho, y por tanto entendía las cosas de la vida, a más de que era amable y generosa. Así, cuando un día su amiga le preguntó entre sonrojos y tartamudeos si le podía prestar su casa "un ratitito" para una cita importante con cierto caballero, ella entendió de lo que se trataba, y accedió de buena gana. Fijada fecha y hora la dueña de la casa salió de ella después de poner sábanas limpias en la cama; le dejó la llave a la interesada abajo del tapetito de la puerta, y se fue al centro de la ciudad a ver los aparadores de las tiendas; a comprar pan; a hacer tiempo, en fin, para que su amiga cumpliera sin ninguna prisa su importante compromiso.
Caía ya la tarde cuando la señora regresó a su casa. Sobre la mesa de la sala encontró un billete que el caballero había dejado para corresponder a su hospitalidad. Lo mismo sucedió en otras sucesivas citas que la amiga tuvo con aquel señor: por cada visita un billetito, equivalente a lo que percibía el jefe de la casa en dos o tres días de trabajo. Bendito sea el Señor, que premia con largueza a quien cumple la bella obra de misericordia de dar posada al peregrino.
Pues bien: aconteció que un día el caballero equivocó la hora de la cita, y se presentó con anticipación. La dueña de la casa, algo desconcertada, lo invitó a pasar, le ofreció un cafecito y le hizo conversación mientras llegaba su amiga. Pero la amiga no llegó. Como ya estaba ahí, e iba a lo que iba, el caballero le dijo a la señora: "Creo que Fulanita ya no va a venir. ¿Qué le parece si?". Y al decir eso dirigió la mirada hacia la alcoba. Ella ponderó por un momento la cuestión. (No muy largo el momento, he de decirlo).
Se le ocurrió pensar que en ese caso el billete seguramente sería mayor. Además el caballero no era de malos bigotes, y cuando se presenta la ocasión la carne es débil. Así las cosas, dijo sencillamente: "Bueno". En efecto, ese día el agradecimiento del visitante fue bastante más grande, y el billete también. Pero eso fue lo de menos. Lo de más fue que a consecuencia de ese único encuentro la señora quedó en estado de buena esperanza, quiero decir embarazada. Se puso feliz, y más feliz se puso su marido.
Pensó el señor que por fin el Cielo les hacía el milagro; que el problema que tenía su esposa para encargar familia había desaparecido. No sabía que el del problema era él. La historia tiene, pues, final feliz.
La futura madre no volvió ya a recibir aquellas visitas en su casa, y cuando llegó el hijo fue la alegría de sus padres, a quienes al paso del tiempo convirtió en abuelos. Pura felicidad. Mis mayores respetos a San Pablo y a Romanos 6:23, pero ya se ve que aquí la paga del pecado no fue muerte, sino vida. No es que el apóstol haya estado equivocado, no. Lo que sucede es que Dios es amor, y escribe derecho en renglones torcidos. Ésa es la conclusión de la historia. Y ésta es su conclusión. Perdonen mis cuatro lectores que hoy me haya apartado de mi usual modo de escribir. Mañana volveré a mi estilo acostumbrado... FIN. 

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