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17 de noviembre de 2013

Apocalipsis a la mexicana

Roberto Orozco Melo.
En su columna Hora Cero que le publican varios medios regionales de Coahuila el abogado, escritor, periodista y político originario de Parras de la Fuente Roberto Orozco Melo escribe acerca de lo que significa un viaje al Distrito Federal, el texto fue tomado de la página web de El Siglo de Torreón y se publicó el pasado 17 de octubre del 2013
      
Ir a la Ciudad de México, aunque sea por unos días, representa la oportunidad de presenciar el terrible panorama que podrían presentar, en un futuro no muy lejano, algunas de nuestras poblaciones si permitimos su desmesurado crecimiento y el derroche de recursos fiscales en la inútil burocracia que tiene a su cargo el saneamiento ambiental.
"Contaminación del ambiente" resulta un término demasiado genérico y bastante manoseado, como para dar una idea exacta del hecho tan grave que califica. No se trata solamente del olor a podrido que producen los humos industriales que envuelven con un gris ominoso a nuestras ciudades. Tan agresivo es para el provinciano recién llegado el rasposo ardor de garganta o la irritación ocular, como el emborrascamiento social y político de los presionados habitantes de la gran urbe.
Y en nuestra entidad, muchos saltillenses respiramos a diario gases venenosos. Una oscura capa formada por deletéreos de ácido sulfúrico cubre por tiempos cada vez más prolongados el cielo, otrora azul y transparente del estado; los vientos dominantes que corren de norte a sur se encargan de esparcir por toda la ciudad la gasificante producción de negligencia.
Los laguneros podrán, por otra parte, confirmar con casos concretos la tremenda frecuencia de enfermedades respiratorias o de la vista producidas por reacciones alérgicas al polvo, los desechos y los gases de la industria local.
Monclova agregó a sus múltiples problemas de urbanismo el de la polución. Altos Hornos es, sin dudarlo, el gran satisfactor de múltiples necesidades de trabajo, constante remunerador de sus muchos obreros, garantía de seguridad económica para sus familiares, pero al mismo tiempo constituye una seria amenaza contra la salud de la comunidad.
No deseo jugar a catastrofista, pero los hechos son plenamente comprobables. El hacinamiento de alrededor de veinte millones de habitantes en la capital de la República, aspirando el aire contaminado por la industria y las emanaciones carbonizas de cientos de miles de vehículos de motor en circulación constante, constituye un genocidio lento y sucesivo contra el que no se hace lo suficiente, aunque evidentemente todos lo advierten y resienten.

La propuesta no es, burdamente, optar por una renuncia ciega a mayores posibilidades de trabajo, que mucho se requieren, sino llamar la atención hacia un problema latente y creciente en muchas poblaciones de alta densidad demográfica y mínimos adelantos urbanísticos. Proyectar una industrialización como simple generador de salarios, sin contemplar la vida digna y saludable, moral y física de los ciudadanos, es planificar la desgracia.

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